La grandeza del océano y la solidez de los acantilados juntos crean un contraste que invita a la meditación.
Mientras que el océano representa el movimiento constante y la incertidumbre, los acantilados simbolizan la estabilidad y la permanencia.
Este equilibrio nos enseña sobre la dualidad de la vida:
necesitamos tanto el cambio como la constancia para encontrar nuestro camino.